Imagen de La mirada de cristal
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Sólo tendremos lo que hayamos dado.
Ida Vitale
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La cinta, empuja el equipaje con suavidad. En su mente, aún
resiste esa mirada perdida, como de perro abandonado… que vuelve a sumirla en
la culpabilidad de esos adioses puntuales.
Al atravesar el arco de metales, piensa que esto no era lo pactado,
ni siquiera lo esperado, y a ello se aferra como último recurso. Lo han hablado
por activa y por pasiva, para siempre ponerse de acuerdo, escabulléndose todas
las veces, en la misma mentira... Una hipérbole a la baja, que no es óbice para
que en cada despedida la invada esa inesperada y vaga sensación del verdugo.
La factura de ese desgaste de tiempo y desencuentro llega
ya en las nubes. Un flashback de imágenes aflora imparable, sumergiéndola en un
capítulo de su vida de una belleza impoluta. Perfecta. Quizás ‘la historia’,
por antonomasia. Pero desleída en esa misma nostalgia de lo vivido, de lo
sentido… de lo que aún ‘es’, en un deje de amargura, asoma el topo de la
liberación. Del fin.
Sabe que es el tiempo. En el fondo, lo que impedirá el
estropicio. Porque tan importante como la llegada, es el momento de la partida.
Y es que a pesar del esplendor, de la serendipia del hechizo, de ese embrujo enajenado y fuera de lo común… hay mochilas, que más allá del
error o acierto que represente su asunción, se viven como inexcusables. Por eso,
lo que no puede ser, no puede ser… y además es imposible.
Pero ese tiempo, les
pertenece para siempre.
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