sábado, 21 de diciembre de 2013

La puerta...


Imágenes de La mirada de cristal
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Delante y tras la puerta, cada uno escoge su prisión o su libertad. Ella, es imparcial. Un umbral independiente e intemporal que sin importar en que sentido, acostumbramos a cruzar a voluntad, hasta cuando creemos que no.
  
Porque incluso en un mundo no ideal, la vida, además de un misterio... es sobre todo, una elección.

Un recuerdo emocionado para los que ya traspasasteis la última. Y a los que aún ‘estamos’, os/nos deseo que las que crucéis/emos en los próximos tiempos que se avecinan, sean las adecuadas para conseguir vuestros/nuestros más preciados sueños y deseos.

Nunca falta el tiempo para eso, pero tampoco sobra.   

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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Desempolvando...

                                                 http://www.flickr.com/photos/jordasin/291308740/in/photostream
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Esta, es una antigua entrada, que publiqué con el título de Cuento de Navidad. Un café ¡venga! y que hoy he creído oportuno desempolvar. De ahí el título. Y como de eso, hace ya cinco añitos del ala, espero y deseo, que además de que os guste... os sepa a nuevo...
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Su esposo le pasó el diario abierto por el obituario.

- ¡Eh! ¿esta Marta no es tu amiga?

La esquela resaltada en negro, le escupió un Marta Navarro Peña que la sobrecogió.
“Sus apenados hijos, Ramón y Enma comunican..."

Sin duda era ella. Después de tanta búsqueda…al fin... lástima que fuera en esas circunstancias.
La reseña decía que se daba el duelo por recibido, sin facilitar  ninguna dirección mortuoria…
Durante un buen rato se quedó en suspenso sin saber que hacer. Pero al cabo de unas horas, decidió que haría una visita a alguien en honor de Marta. Aunque nunca se lo había dicho, le constaba que también se había hartado de buscarla sin resultado alguno. Merecía saberlo.

-Hola, Luis -saludó al entrar-

-¡Hombre, Esther! ¿cómo va todo?

Entre ellos había una curiosa familiaridad, aunque en realidad apenas se conocían. Un azar puro y duro había creado esa relación ocasional y siempre que se acercaba por allí, muy de vez en cuando, no podían dejar de acordarse de como se conocieron. No acostumbraban a hablar de ello, pero siempre que se veían, ese recuerdo flotaba entre ellos.

Un par de años atrás, había entrado en esa chocolatería por casualidad, cansada de cargar las bolsas. Le venía de paso y el frío en la calle era intenso esa mañana. Un calorcito agradable la confortó al entrar, permitiéndole sacarse el abrigo y los guantes. En la TV, los niños de San Ildefonso cantaban los números de la lotería de Navidad como si les fuera la vida en ello.
Se sentó en la única mesa libre, junto a la cristalera; le gustaba ver la calle abarrotada de gente, entrando y saliendo de las tiendas. Miró hacia la barra buscando con la vista al camarero y entonces la vio. Una “sin techo”, encaramada en el taburete del rincón con sus infra pertenencias rodeándola, la miraba atentamente. Pasando el rato, retardando el momento de salir de nuevo a la intemperie. No sería mucho mayor que ella.

Mientras se acababa de instalar, pensó brevemente en que no era extraño que se hubiera puesto al abrigo del frío y que tenía suerte de que la hubieran dejado entrar en el local. Menos mal. Intuyó que provenía del albergue para indigentes de dos calles más abajo,que debía de estar a tope a causa de la temperatura reinante. En ese barrio del casco antiguo, en pleno centro, no era extraño tropezarse con alguno.

Como buena urbanita curtida, en cuanto el camarero se acercó dejó de prestarle atención. Ordenó un chocolate con una ensaimada, mientras repasaba mentalmente la lista de regalos que tenía y los que le faltaban.

Desde que sus hijos habían crecido, cada año se le hacía más cansino todo ese montaje de regalos, comilonas, visitas obligadas y alegrías forzadas. Lo daba por otra de tantas batallas perdidas… Pasaba de tirarse el típico rollo “progre” de: “a mí, nunca me ha gustado la Navidad” aunque fuera bien cierto en su caso. Ni de niña. Y tenía claro, que había cosas que le gustaban muchísimo menos.

Siguiendo el curso de sus pensamientos, después de observar las bolsas, calculó que le faltaban tres regalos. Decidió que saliendo de allí se acercaría al Corte Inglés y lo dejaría solventado en un dos por tres. Sonrió para ella misma, sintiéndose un poco estúpida, por el cutre pareado que le acababa de salir. Sonó el móvil y mantuvo una breve conversación con su hermana, ultimando detalles de la cena de Nochebuena.

Mientras se ponía el abrigo y los guantes de nuevo, para abandonar el local, una ráfaga de viento helado se coló por la puerta, al tiempo que entraban dos críos con su madre. Sonrió otra vez con una cierta nostalgia, al oír como los amenazaba con suspender la entrega de la carta a Papá Noel si no dejaban de pelearse. Se sentaron justo enfrente de la vagabunda.

Por un momento, sus miradas volvieron a cruzarse. Y de pronto, como una revelación, algo le dijo que la mujer no había dejado de observarla. La vio saltar del taburete mucho más ágil de lo que nunca hubiera supuesto, avanzando hacia ella sonriendo. No miró hacia atrás, después de hacerlo disimuladamente a ambos lados, porque se sentía totalmente atrapada en aquella mirada…
Y también, porque en medio de ese súbito pasmo, un escalofrío de recuerdo se abría en su mente, al escuchar  como pronunciaba su nombre...

-Hola, Esther...

No salía de su asombro, no era posible…. Parecía… Pero...

- No te acordarás de mí… Soy Marta, Marta Navarro... del Instituto…. hicimos el Bachillerato y el COU juntas. Me sentaba justo detrás tuyo.

Inmersa en un considerable desconcierto, apenas acertó a balbucir en voz baja:

-Sí, sí, sé quien eres…discúlpame, no te había reconocido...

Aunque sus pensamientos se sucedían a toda velocidad, la sorpresa la mantenía paralizada. No se atrevía a preguntar ¿qué tal? o ¿Cómo te va todo? porque lo que de verdad pugnaba por salir de sus labios era un ¿pero qué te ha pasado? ¡así de grande!

En su porte y en sus ojos, aún se adivinaba un último rastro de dignidad, pero su cara reflejaba claramente las huellas y los estragos de años de alcohol y vida callejera. ¿Y qué se había hecho de aquella espléndida melena que la distinguía? ¡Por Dios...!

Ella, que siempre fue mucho más desenvuelta, la sacó del apuro.

-¡Cuánto tiempo! ¿verdad? Al principio no estaba segura de si eras tú, pero cuando te he oído hablar por el móvil ya no he tenido dudas. Andas de compras de Navidad supongo.... Yo vengo a desayunar aquí, a veces… -con algo menos de aplomo-

Casi se sonrojó al ver como miraba las bolsas. Se sintió como una pija miserable y prepotente. Pero reaccionó al fin.

-Pues me alegro de verte Marta, siéntate aquí conmigo y hablamos eh?

-Tendrás prisa… ya te ibas… -La miraba a los ojos-

- Un café, ¡venga! -Le sostuvo la mirada-

Marta aceptó el café y se sentaron.

Y contra todo pronóstico, la química que las uniera un día, volvió a funcionar casi de inmediato. En apenas media hora, era como si se hubieran visto un par de semanas antes. Marta desplegó todo su encanto, que no era poco, y la verdad es que había mucho para contar por ambas partes.

Realmente, habían estado muy unidas en esos años de Instituto. Y en el fondo de aquellas pupilas, aun latía el alma de aquella adolescente con la que tanto había congeniado y compartido en esos años mágicos de iniciación y descubrimientos en mil correrías. Habían sido inseparables. Su madre las llamaba: “el pack”. Luego, al empezar la Universidad en Facultades diferentes, poco a poco e inexplicablemente, se habían ido distanciando hasta perderse la pista. Lo último que había sabido de ella, hasta ese momento, es que se había ido a Alemania con una beca.

También sorprendentemente, al cabo de varias horas de conversación, Marta, era cualquier cosa menos una perdedora. Su peripecia vital resultó ser tan intensa y apasionante, que redujo su indigencia casi a una pura anécdota más. Inspiró cualquier cosa menos lástima. Quizás, porque la inteligencia es siempre un grado superlativo, que faculta a quien lo posee, para apreciar o disfrutar la vida desde muchos y distintos puntos de vista.

Les costó despedirse con la chocolatería a punto de cerrar, cerca de las diez de la noche. Luis, las fue atendiendo durante toda la jornada, observándolas con curiosidad y disimulo al principio, pero el diminuto local no permitía más que una intimidad muy relativa.

Al final de la tarde, intervenía en la conversación riendo abiertamente con ellas. Cautivado por la situación y por la simpatía de Marta, que no cesaba de gastarle bromas y se lo había metido en el bolsillo sin reservas. A pesar de los avatares de su vida, conservaba fresca aquella fina ironía un poco cínica, que le salía de natural y que siempre la hizo tan especial. Al pedir la cuenta, les hizo prometer que volverían si las invitaba. Ambas lo juraron solemnemente entre risas.

Llegado el momento de irse, Esther le facilitó su dirección y su teléfono, conminándola cariñosamente  varias veces a que mantuviesen el contacto. Marta prometió llamarla a no tardar, para darle su nueva dirección en cuanto se instalara...

-Pero en su mirada, latía claro el “adiós”-

Hoy, igual que otras veces, hablaban de nimiedades, pero mientras lo hacían... Esther le pidió un bolígrafo al mismo tiempo que abría el diario y rodeaba con un círculo la esquela. Entretanto él la leía atentamente, abandonó por última vez el local.
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