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Hoy es siempre todavía...
(Antonio Machado)
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Desde el camino, el río se veía revuelto después de las
últimas lluvias. No acostumbraba a pasar por allí en época de frío y además lo
tenía prohibido. Pero ese día, el destino, en uno de sus vericuetos, le tenía
preparada una buena sorpresa.
En un momento dado del trayecto, mientras jugaba a sortear
charcos, con el estruendo del agua ya asumido por su oído, un sonido diferente,
como un gemido… le hizo dirigir la vista hacia el agua de inmediato. Lo que vio,
suspendió su respiración por unos segundos. Los gemidos provenían de un saco
cerrado, que desde un poco más atrás de donde ella se hallaba, bajaba a toda
velocidad dando tumbos de piedra en piedra en medio de la brutal corriente.
Sabía que sólo tenía una posibilidad y debía actuar rápido y
de forma precisa. Corrió a lo que daba, hasta el único remanso de esa orilla,
en el que quizás se podría acercar lo suficiente al bulto. Cuando entró en el
agua, todo a su alrededor había desaparecido… su mundo se limitaba a ese fardo
y a la rama en la que se sujetaba como podía… para no perder pie.
Aún no sabía nadar.
Como un milagro, debido a la fuerza del flujo ese día, el
mismo torbellino que llenaba ese breve fragmento de ribera de hojas y ramas,
escupió casi con violencia el saco, hacia donde ella se encontraba. Se apresuró
en estirarlo y sacarlo tan rápido como sus exiguas fuerzas le permitieron. Una
vez fuera, sus ateridas manos, no conseguían deshacer los apretados nudos, así
que furiosa, rasgó con sus dientes la urdimbre. Helada, empapada y exhausta por
el esfuerzo, sólo sus lágrimas y su
indignación ardían en sus mejillas cuando sacó a los cinco cachorros ahogados...
Tocar la desesperanza, es aún mucho más duro que descubrir
la maldad. Por eso, cuando en un inútil gesto de desesperación, con un cuidado
y respeto infinitos les abrazó, quizás esperando insuflarles vida… perdió por
completo la noción del tiempo… hasta que un leve movimiento en su pecho, hizo
que su corazón se disparase a la carrera. Al mirarles de nuevo, la mirada vidriosa y aterradora de la muerte
innecesaria e inexplicable, no se lo pareció tanto.
Sólo uno, pero se movía!!
Se calzó las katiuskas a toda prisa, lo envolvió en su
jersey, la única prenda razonablemente seca y en un santiamén se presentó en
casa. En el umbral de la puerta, y ante el estado en que ambos llegaban, su tía,
evaluaba rápida la situación. Mientras les secaba a ambos al amor de la lumbre,
escuchó atenta y en un ambiguo silencio sus atropelladas explicaciones. Al
terminar, ella, la miraba de hito en hito, esperando sentencia.
A lo que muy seria, la mujer, respondió:
Ahora, me acercaré hasta el río a ver que se puede hacer por
los demás… Tú, estás castigada por imprudente y desobediente hasta nuevo aviso.
Y después de un largo suspiro, al fin sonrió y añadió señalando al cachorro:
Y a él, le llamaremos Moisés ¿no?