lunes, 27 de enero de 2014

Sucedió en París

http://marcianosfoto.org/nuevagaleria/thumbnails.php?album=72&page=4
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Hace unos años, regalé un recuerdo a un buen amigo. Basándose en él, compuso una sugerente historia de encuentro y sincronía. Si no me falla la memoria, además de escaso de tiempo, andaba comprometido en unos de esos talleres de escritura, en los que se trabajan relatos, que han de incluir inexcusablemente, unas determinadas palabras. Como le sé lector habitual de este espacio, espero que no le importe que lo recupere ahora para mí.

Viene esto a colación, porque unos días atrás, leyendo en un blog afín, probablemente porque el texto transcurría en la misma ciudad y unas cosas llevan a las otras… ese mismo recuerdo regresó a mi memoria con  nitidez. En el mío, no hay acercamiento romántico, pero sí sincronía y es además auténtico.
También, porque hay momentos o sucedidos, sencillos por demás, como este, que ya en presente se viven como inolvidables por una conjunción de factores que nos inclinan a una especial disposición del ánimo y que luego el transcurso del tiempo termina por confirmar y reconvertir en auténticas epifanías.

Tiempo atrás, sin importar demasiado los motivos de porque era así, la que suscribe, siempre en invierno, viajaba con cierta frecuencia a París. Al punto de que podría decirse, que aún hoy, me resultaría difícil ‘perderme’ en esa enorme urbe. Pronto descubrí, que me resultaba mucho más agradable, después de finalizadas mis obligaciones o devociones, alojarme en cualquiera de los pequeños y encantadores hotelitos de la orilla izquierda de La Seine, tan o más confortables, que en las impersonales e idénticas, sin importar el país en que te halles, habitaciones de las grandes cadenas. Además de ser mucho más económico.

En una de esas ocasiones, un tanto cansada de ver las mismas caras de ese viaje, con la excusa de ir en busca de prensa española, me disculpé ante mis acompañantes y decidí salir en busca del silencio y la soledad de a quien le cuesta lo suyo ponerse en marcha por las mañanas, y por ello, todo le molesta. La intención, era desayunar sola en alguno de los cafés cercanos, huyendo así del rumor de la prevista e insulsa charla de comedor. Otra de las ventajas de estar en pleno centro. Esta vez muy cerca de La Sorbonne, una zona muy frecuentada por gente joven, sobre todo estudiantes.

En la calle, me esperaba el típico día desapacible del Enero parisino. Un intenso frío, acompañado de un considerable manto blanco que lo cubría todo. Y a tenor de lo que seguía cayendo, en aumento. Pero eso, lejos de disuadirme, me animó. Parece como si la nieve, para quien no la padece a menudo, tuviese un cierto poder terapéutico. Mientras elegía itinerario, disfrutando al comprobar como mis pisadas eran las únicas de esa acera, una inexplicable alegría de niñez, me invadía. Resolví entonces, seguir caminando un poco sin rumbo, intentando alargar el momento… hasta que de forma inesperada, al doblar una esquina, una música no muy lejana llegó a mis oídos marcándome la dirección a tomar.

Siguiendo ese rastro sonoro, pronto me encontré en una semi plaza, que a día de hoy, me resultaría imposible mentar por su nombre, pero que recuerdo muy cerca ya, de los Jardines de Luxemburgo. Y ahí, la maravilla.
Tres jóvenes, uno al chelo, las otras dos al violín, en mi recuerdo bellísimos!, como esos angelotes de las postales de navidad de Ferrándiz, ejecutaban la Serenata Nocturna de Mozart, bajo los copos de nieve, como si tal cosa. Eran y quizás lo fueron… como una aparición benévola… Totalmente extasiada, me uní a un exiguo corro de espectadores, a  los que el tiempo, igual que a mí, se les detuvo durante un incierto lapso, imposible de calcular.

Quizás una burbuja de eternidad… en donde se palpaba, aún hoy lo siento así, que estuvimos, solo, los que teníamos que estar.

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martes, 14 de enero de 2014

La carta...

http://retofotografico.blogspot.com.es/2012_02_01_archive.html
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Allá en el fondo, todas las palabras que dijimos y de las que ya no guardamos recuerdo, duermen bajo las aguas.
Duermen aquellas que no supimos decir y esperan su turno para salir a flote. Las cartas que hemos roto, las no recibidas y las veces que hemos dicho adiós. La pena que sentimos y que ahora, al recordarla, nos parece pequeña. La risa o el llanto que no llegó a brotar. La amistad que buscamos en el momento difícil y que resultó más débil que nosotros, más falta de ayuda. La persona a quien quisimos consolar y nos sirvió de consuelo...
                                                  Todo duerme allí, en ese fondo.
                                                   
                                       Carmen Kurtz 'Duermen bajo las aguas'
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Producto de la búsqueda de lectura para una invitada ocasional, las dos cartas, con la tinta ya desvaída por el tiempo, resbalaron a la vez de entre las hojas amarillentas de un viejo ejemplar, de la novela de Carmen Kurtz ‘Duermen bajo las aguas’.

Una con su matasellos, daba cuenta del inicio de la correspondencia, la otra, sin sobre, era claramente la contestación a la primera, pero nunca se había llegado a enviar.

La recibida, hablaba de reencuentro, mientras que la respuesta, era un claro adiós. Retazos de la historia de dos almas que volaron al unísono en un tiempo fugaz. La crónica esquemática de un verano que fue umbral en dos itinerarios. Un breve fragmento de vida, rescatado ahora al azar, de las profundidades de una época lejana. Olvidada. Y de la que probablemente, nadie que no fuera ella en ese instante, guardaría ya memoria.

Siempre se le habían dado mal las despedidas… quizás fuese esa, la primera vez en que sencillamente, desapareció… A tenor de las letras del remitente, una actitud plenamente supuesta en la otra orilla. Porque no son pocas las ocasiones en las que, cuando las palabras deciden esconderse, el silencio, aunque quizás cruel,  es la réplica o la solución? más clara, a no importa el planteamiento.

Como fuese, al releer de nuevo la cita de Kurtz, pensó que ambas misivas, habían sabido escoger bien donde sobrevivir.

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viernes, 3 de enero de 2014

Una brecha en mi cielo

             
Imagen de La mirada  de cristal
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Hoy, camino marino. Refugiada en las notas de mi buen amigo Johann Strauss, siempre capaz de abrir una brecha en mi cielo por más espeso que esté. La plasticidad perfecta de la sencillez de su Danubio, acostumbra a ser un bálsamo infalible. Mientras me empapo en sus arpegios, se desvanece la tarde como ese pájaro que vuela hacia el mismo horizonte oscuro que compartimos.
  
Pienso.

Me siento a veces como el asno ciego que engarzado a su rueda, camina sin saber que siempre sigue en ninguna parte. Aún así, intento conservar Ilusiones, sueños o deseos, que probablemente ya dependen mucho más, de donde pongo el listón que de mis fuerzas. Para ello, entre otras cosas, intento rodearme de un entorno amable o al menos, lo menos hostil posible. Contradecir eso, a estas alturas, me parece una solemne estupidez. Lo que no significa, que sea amante de corifeos o tiralevitas. Al contrario. Y aquí, alguna vez, he dado muestra de lo que afirmo.
   
Por otra parte, si de algo estoy segura, es, de que no quiero perder ni mi tiempo ni mis fuerzas, en pequeñas y estúpidas rencillas sin sentido. Aprendí muy pronto, y de forma severa, algo, que a la larga, me ha resultado muy útil. No se puede ni gustar, ni complacer a todo el mundo. Asumir eso, es esencial para navegar, en no importa que procelosas aguas.También, que son muy pocas las cosas y personas imprescindibles. Porque en el fondo, ( y en la superficie) las cosas, los asuntos, incluso las personas, sólo tienen la importancia que queramos darle. Todo un alivio ¿verdad?

Pero sigo comprobando por activa y por pasiva, que saber todo eso, no me priva de equivocarme una vez tras otra. Quizás, porque mi ‘callo’ a ese respecto, todavía es capaz de sorprenderse o de resentirse por poco que sea.


También, y valga la redundancia, todo un alivio.
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